John Baldessari
El último jeti
El último jeti
Alguien se comió la manzana maldita, alguien se perdió en la fiesta. Los invitados leen poemas y ella se sienta encima de la cama. Tres peces negros nadan en un vaso mientras alguien hace la comida. El vaso comienza a tomar un color morado y rojo; los peces acaban siendo pepinillos. Parece algo irónico pero sólo es una lección acerca de la percepción. Una de miles, pues la estética de Baldessari es puramente pedagógica, aunque nadie se lo toma del todo en serio. La fotografía fue su pasión pero llegó demasiado tarde como para ser Cartier-Bresson. Así, imaginó composiciones de estructura religiosa y les añadió un comentario como si se tratase de un anuncio. Él desea que aprendas pero de otra manera, con su propia didáctica que es la de aprender a leer con una hormiga, apilando actores de Hollywood unos sobre otros y colgando una zanahoria del techo. Lo mejor de su obra son los títulos o sea, las ideas que luego se transforman en coceptos o hamacas. Él, hijo predilecto de Duchamp y Cage, de Jasper Johns y Warhol, se convirtió en el maestro zen de pintar palmeras y cantar canciones con los textos de Sol Lewitt; poco a poco se transformó en el jeti del arte. El hipopótamo saca los ojos por encima del agua para copiar mil veces la frase: “Nunca más haré arte aburrido”.
A partir de 1970, John Baldessari lo quema todo y se convierte en un espectáculo continuo de chistes artísticos o antiartísticos, donde emerge una filosofía natural donde los seres caen del cielo en medio de una playa y las pirámides se ordenan sin sentido. Se trata de una especie de Nicanor Parra pero a la californiana. Las siluetas vacías de su mundo simbolizan almas perdidas, anonimatos estéticos involucrados en sorderas inmensas y pelícanos gritones. También pueden ser frustraciones, vacíos, impotencias; su obra es muy lacaniana. Su balbuceo es épico. Un cepillo puede convertirse en un bigote, un cerebro en una nube. No se trata de alegorías estrictas, sino de caminos no trillados, de mensajes descodificados que se enfrentan al reino de la información y la cultura racional. Si o hubiera nacido en EEUU, nadie habría sabido de él. Sería un jeti del Himalaya. Pero se puso a leer libros de arte y se volvió loco, se pasó de rosca; a los artistas nadie les debería enseñar a leer. Se conviertió en un hombre solitario de las nieves del que nadie sabe con certeza si es legendario o ilusorio, ¿existió? La obra de Baldessari es una utopía, un chascarrillo bastante plagiado en las nuevas generaciones, obsesionadas con la práctica del copy/paste. Sus obras están llenas de manchas, narices, puntos (bien imitados por el señor Damien Hirst), prisiones invisibles y líneas que unen imágenes con las que un día quizá soñó o que simplemente le gustan. Su estética conceptual, como todo lo conceptual bascula entre la inteligencia y el capricho. Su pop es infrapop, su conceptual es ultraconceptual. Su minimal es maximal, su post- es pre-. Todo movimiento es arte, un nuevo arte tragicómico canalizado a través de lo fotográfico como canal, invirtiendo los mensajes, materializando ideas mentales.
Él es un jeti conduciendo una nave que sale del misticismo del artista, llegando o no al público. Su oficio es el de pintar sin pintar, el de la ilogicidad por la ilogicidad y la introspección sistemática sin atributos, simplemente para alcanzar las cosquillas de las neuronas y convertir por enésima vez la piedra en oro. John Baldessari fue un jeti, tal vez el último, en plantearse con cierto rigor la cuestión sempiterna, ¿qué es el arte? Al comparar esta cuestión con el monto de su obra, uno se hace la siguiente pregunta: ¿no será Baldessari el descubridor de una filosofía pop incomprendida, tal vez demasiado ineficaz ante la generalizada insensibilidad, que le llevó al desasosiego, a un eterno infantilismo psicodélico? Sea como fuere, fue el último de una raza extinguida que quizás ha quedado ya obsoleto ante una realidad hipercínica (reflejo paradójico de su propia obra) que se ha tomado la existencia como una broma pasajera sin puta gracia.
Él se siente azul, se siente un círculo incompleto que acabaría con el mismo Buda si Buda hubiera existido. Él se siente azul y quiere que los demás se sientan de un color inexistente, metidos en la bañera o tumbados en la barca. Todo debe ser un cuadro incompleto, una intervención sobre lo ya existente. El reciclaje como ideología, la basura como mina, la fotografía como cañón ultrasónico de vibraciones artísticas. Él hubiera sido Magritte si la pintura no hubiera muerto, Magritte hubiera sido él si la fotografía hubiera nacido.