REINA SOFÍA
Las ruina de los nuevos tiempos
Cada década intenta
desacreditar a la siguiente...
Es adorable entrar en un museo nacional y encontrarse "Instrumentos de música sobre una mesa" de Picasso, "El hombre invisible" de Dalí o las fotografías de la obra "Los medios seres" de Gómez de la Serna. La estimulación continúa si uno llega a introducirse en la instalación Cinema Model del maravilloso Marcel Broodthaers, si se llegan a encontrar los geniales collages de Dufrene, Rottela o Villeglé y pueden contemplarse las enigmáticas trompetas de Pistoletto, ¿cuál es el sonido que nos llega de ellas? Paseando por un museo de arte contemporáneo, uno se pregunta qué es lo que definitivamente se ha llevado el gato al agua: ¿la pintura, el cine, la escultura o la fotografía? Lo mejor de estos enormes y laberínticos museos es que uno puede andar tranquilamente por innumerables salas sin miedo a repetirse, sin miedo a dar vueltas; toda ella es una experiencia de novedad. Pasado un rato, el sendero confuso del visitante se convierte en una línea recta, en una cuerda floja donde todo parece empezar a resbalar, entre fluorescentes, homenajes, papeles, posters y pelos de vaca. Una de las cosas que se echan de menos es el hilo musical: creo que si en cada sala-espacio pusiesen un poco de Brahms o Satie, la visita ganaría bastante. En cambio, el público se va sintiendo abrumado por el silencio monástico, violado en los ojos ante la abundancia de manifestaciones visuales y tan pocas vidas sonoras. Pasado un tiempo, la visita se hace tan hiperreal, tan supraobjetiva que se convierte en algo insufrible, opresivo... ya que gran parte del contenido es tan autorreferencial a la fenomenología exterior, que sucede en la mente un solapamiento de realidades y metáforas; un bloqueo. Todo museo, a pesar de su aparente infalibilidad, tiene sus fallos y faltan cartelas y hay videos que no funcionan y vigilantes que se duermen. Sweet Dreams. Desde hace poco, está prohibido hacer fotos a ciertas obras, lo cuál incrementa la tensión del museo, estableciendo zonas de clandestinidad y exclusividad curatorial. Vuelven los ladrones. Se han vuelto un poco exquisitos. Cadáveres exquisitos. Museos como el Reina Sofía han decidido lanzarse a la historiografía contemporánea y han decidido relatar el mundo de España desde la Guerra Civil, desde los planes urbanísticos, la gentrificación, la habitabilidad, la utopía y los diferentes realismos. Cementerios mentales. Parece una agencia inmobiliaria con ínfulas de psiquiátrico. Regresar al origen sin querer. La obra es utilizada como documento, como dato, como prueba demostrativa y científica, perdiendo así su condición de objeto artístico y pasar a ser acta notarial. En los museos de arte contemporáneo se ha confundido a la churra con la merina y la idea de lo utilitario ha vencido a la bendita inutilidad del arte. Ahora los artistas son abogados y los expositores, funcionarios clase A. ¿Quién da más? Quieren hacer rentable las subvenciones y ampliar la vida institucional de sus políticas, ¿dónde quedó la estética, el Arte, ese abismo que va de lo técnico a la emoción en forma de abismo sublime? ¿qué pasó del salto de Heidegger a Derridá, de Mallarmé a Joyce, de Adorno a Lyotard? Se han culturizado todos los debates y todo se ha quedado en una pancarta feminista. La vivencia estética es sustituida por una vivencia informativa, reivindicativa, por una tendencia sobre la acumulación de lo indecente, por la educación pedagógica de escaparate neo mayo del 68'. Se inaugura el museo como libro de lecciones plegado en sí mismo, perdiendo su función fundamental de templo de la imaginación y el delirio sano y pasional; se ha confundido la guardería con la montaña rusa, el sonajero con el lápiz. Así, se produce un efecto muy curioso, sólo experimentable a estas alturas de la partida: el video y la fotografía se establecen como las únicas disciplinas capaces de generar una tensión con el tiempo; las discicplinas temporales se enfrentan a las discicplinas clásicas y a las efímeras (performance e instalación). No se trata de una reivindicación, sino de una constatación: la frescura de muchas fotografías sigue rebosando viveza al contrario que demasiadas derivas cubistas, coloniales e incluso gran parte de la vanguardia más exquisita. Todo envejece. El handicap de la disciplina fotográfica reside en nuestra época en que cada espectador no ya solo consume si no que fabrica fotografía, lo que la hace un lenguaje común, cotidiano, aunque, ¿no sigue siendo la fotogafía artística un reducto de milagros frente a su uso común como souvenir o simple espejo endogámico? Más allá del museo, la fotografía sigue sin tener un valor estético claro; dentro, conserva el latir de un mundo que ya no existe, que ya no existirá. La memoria es la única salida ante el fracasado intento de regreso a la tribu y el ensalzamiento de todas las igualdades desiguales. Hoy todo intelecto ha roto su sentimiento; sólo queda regresar al aura y esperar que suenen las trompetas de nuevos vientos.