La más elevada, así como la más baja forma de crítica es una forma de autobiografía. OSCAR WILDE

FUGA DE NICHO




FUGA DE NICHO






La muerte es una forma especial de geometría, una medida de las cosas que llena y vacía el espacio, compensando la materia. Los cementerios son una suerte de laberintos que aglutinan todo el pasado en forma de volúmenes. Los epitafios configuran un código imposible de descifrar, un tránsito entre fechas donde ocurren innumerables realidades. Excepto el Día de los Muertos, los cementerios se mantienen vacíos de visitantes, abandonados por una civilización que ha dado la espalda al hecho más incuestionable de la existencia. Para eludir la idea de la muerte, le construyen un templo; para olvidarse de ella, erigen una construcción, una caja estanco donde guardar elefantes blancos. Todo cadáver es el recuerdo de un aliento, es un problema sin resolver. Para dirimir la cuestión, los hombres han creado una geometría exacta que maquilla el recuerdo. Pero el recuerdo finalmente es una bagatela que nosotros mismo inventamos; la memoria es una falsificación los deseos. Cada cadáver es un deseo a punto de fugarse, una idea que no quiere ser sepultada. Yo he dormido en una tumba durante el curso de una luna y he podido escuchar a los muertos; todos quieren marcharse. La geometría no es suficiente para morir eternamente. La estructura no puede contener al espíritu. Al mundo le han robado su más preciada substancia y los muertos quieren resucitar para recuperarla; pronto, la demanda espiritual será masiva y todos los desiertos serán conquistados por esqueletos portadores del hueso de la inteligencia. La belleza volverá a triunfar en el mundo y la historia universal por fin, tendrá un sentido recto.









LOS MANDOS DEL UNIVERSO





LOS MANDOS DEL UNIVERSO






Hay que despegar de la tierra, hay que encontrar ese delirio que nos haga rebotar sin retorno, como si fuéramos un bóomerang sin miedo que nos partiera la cabeza por la mitad. Hay que acercarse a escuchar a esa herida que nos habla del viaje hacia la noche sin fin, al gesto indiscutible de nuestro valor, surcando la locura sin respirar, serenamente, lanzando el pensamiento hacia otro lado, ingiriendo primaveras como locos para posicionarnos de tal forma que sea inevitable el despegue. ¿Adónde vamos? Allá fuera existe un lugar donde todo se ordena de nuevo, donde podremos encontrar el alivio de la belleza. Las apariencias son el fenómeno más confuso que ha creado la mente humana, un invento más del lenguaje, un uso equivocado de la palabra. Para iniciar este viaje debemos agarrarnos a los mandos de la máquina más profunda que conozcamos, a lo más indiferente que nos rete. ¡Agarradlo! La cosa más insulsa tiene todas las respuestas, el objeto más inerte es el que nos llevará más lejos; lo insignificante se enfrenta diariamente con éxito a la naturaleza. Nuestra incomprensión es extraña para las cosas. Lo más vulgar brilla a través del universo y permite una puerta de cuatro dimensiones para alcanzar ese lugar donde reside el orden de las ideas, de las formas; ese dominó infinito sólo se encenderá si decidimos despertarlo. A nuestro alrededor existen los individuos más prodigiosos del cosmos: silenciosos, desconocidos, innumerables. La máquina se carga con azar y necesidad pura; estamos obligados a escapar hacia ese mundo que nos espera, ese mundo dentro de otro mayor que hemos inventado para vivir. El cielo es de fuego, como decía Zenón y nosotros hemos decidido atravesarlo. El orden de las apariencias está a punto de tambalearse, de caer, los cíclopes esnifarán sus ojos, pues no hay nada mejor que disponerse a atravesar el aire y hacer que los plátanos generen música angelical. Seremos proyectiles que irán donde quieran, que abrirán todos los corazones; seremos sermones sin lenguaje, destruiremos los deseos y las voluntades para sólo ser virutas láser de ánimo incombustible, libros ardientes sin adjetivos ni adverbios; acribillaremos los ojos de las confusas apariencias y fundaremos jardines llenos de palmeras.