La más elevada, así como la más baja forma de crítica es una forma de autobiografía. OSCAR WILDE







TALO







No hay mucho que conectar, no existe correspondencia: dale un crucigrama y un lápiz y el artista te retratará el mundo. Las cañas de bambú se erigen como sirenas cachondas y la disco de lo supranatural florece. Hay un jardín que sólo cultivan ciertos artistas, un parterre de color amarillo lleno de víboras sobre el que se sientan señoritas inconscientes jugando a las cartas. Cada uno de esos naipes te mira, te seduce en un lenguaje morse repleto de paréntesis y máscaras escritas en el cielo, llenas de estelas luminosas donde sólo se distingue un mensaje parasismal de poemas; se cuentan cuentos al oído y los ventrílocuos palidecen ante el poder del muñeco. La ida y la venida se trastocan, hierven en el lunar de una diosa dirigida por un poeta musical harto ya del vino del tiempo. Existe una ebriedad al sentarse, una lógica personal en la frase, un abrirse de los laberintos que hace brotar al florero. El arte de zozobrar.  Ella nos mira desde arriba mientras el león ruge y todo se escribe sobre las paredes. El hidalgo mayor resucita para llenar de vaho los sueños y alinear las visiones en una única zambullida. Las velas recorren la copia con su luz, la luz calcula en números su embriaguez; todos los falos son talos de otro imperio no acaecido.  Las vibraciones rodean a los entes lenticulares cantando su alegría desde la tripa, desde el estómago. Los intestinos hacen de galaxia cuando lo femenino se despliega sobre lo masculino; muy lejos de los géneros avanza la bola de cañón como un polígono sin nombre, avanzando hacia un final sin datos, rodeado de agua. A veces todo se derrite como un helado, otras, es un perro que asciende para ser un color o una danza. Tu retrato es una coraza, tu corazón, un rincón donde confluirán dos pinturas que acabarán siendo un murciélago. Vibran los motores cuando el ídolo se repite en emoción y ella se tapa la cara para no responder la llamada impertinente que secuestra al espíritu en su terca telaraña. Hay un artista tras el pájaro, fantasmas sobre la punta del grafito; parece haber una escalera por la que sólo viaja el murciélago, la rata voladora, el monstruo derramado.