La más elevada, así como la más baja forma de crítica es una forma de autobiografía. OSCAR WILDE



Una escalera de Penrose

Sobre una exposición de N. Ortigosa en el CAB





Todo lo que se muestra es vulgar

Jean Cocteau





El Arte es una fuente de pensamientos dotada de una velocidad oscura, una dinámica aparentemente diluída en lo contemporáneo. El existencialismo, la deriva de lo escéptico, el nihilismo pop y los formalismos estetizantes han acabado imponiendo la dictadura de lo conceptual, el gusto decorativo y la depresión. Hoy, toda obra tiene una apariencia conceptual. Hasta finales del siglo XX, los artistas occidentales soportaron la losa de la rica tradición de lo reaccionario, de la dictadura del poder institucional hasta llegar al cuadro monocromo, a la performance, al silencio, al objet trouvé. Así, reyes y conceptos, legislando mediante narcisismo e intelectualismo, han maniatado al Arte durante al menos un milenio; sólo los sonámbulos inválidos dispuestos a gesticular y correr, han conseguido alimentar a la bestia del sueño para que siga viva. En esta nueva centuria -copada de ínfulas de nuevos paradigmas- el panorama no acaba de despegar y se siguen empleando metodologías y protocolos caducos y obsoletos, convirtiendo a galerías y pinacotecas en máquinas del pasado. La historia del arte no funciona en un contínuum, no es sierva o no debería ser vasalla de la cronología, por tanto, el siglo XXI no debería presentarse como una última evolución de lo mismo, sino como una oportunidad privilegiada del artista para liberarse de los yugos que hacen del Arte una simple artesanía, una visita turística o un simple bluff y no una concha blanca dentro de una palangana con agua. La cultura del museo ha hecho mucho daño durante el último medio siglo, inoculando la creencia de que todo lo que se coloca entre sus muros se convierte en fenómeno artístico; la caja de las maravillas. El Arte no pertenece a la cultura sino a todo lo contrario: se trata de un asunto de alucinados, ladinos, astutos, cortabolsas y obsesos adoradores de lo inconsciente. El Arte se basa en la incomunicación. Nadie puede comprender a un artista sino otro artista, pero entonces, ¿dónde queda el público? Por definición, el Arte es un juego entre las almas de todas las épocas y hoy, nadando en lo intempestivo, el espectador debe aprender a relacionarse con la obra de una forma placentera, de una maniera vital, no intelectual. Los críticos han perdido su peldaño de poder, su influencia en el relato, mientras la escena artística se duerme en los laureles y el personal se aburre como un mono al destilarse las experiencias poderosas y catárticas en simples ejercicios teóricos, dotados de una sofisticación innecesaria, desembocando en metáforas paralíticas o un pobre pliegue. Ante el derrumbe de las apariencias, la obra debe convertirse en algo ligero, móvil, orgánico. Un ciempiés. Los artistas han caído en el error de Fausto y por eso, hoy, deben desconectarse para dirigirse a lo inactual, embarcarse en lo desfasado y triunfar en lo anacrónico, en la curvatura pura de las ideas, en una escalera de Penrose. Hay que cambiarlo todo para que todo cambie, contradiciendo a Lampedusa; colocar la red para que en vez de jugar uno, jueguen todos y, por fin, las manos puedan mancharse de velocidad oscura, de Arte, de absurdo estético, en definitiva, de felicidad. El nuevo milenio pasa por desechar el prejuicio, por desvelar el tabú. Si los poetas utilizan una lengua límbica e irrenunciable, no sólo debe ser destinada para sus compatriotas ciegos, sino para ser el puente de aquellos dispuestos a internarse en lo imperceptible, en lo inconcebible, a fin de cuentas, en el paraíso de lo irreal; si una exposición no es un acto feliz, no cumple su promesa. El verdadero artista crea la oscuridad para mostrar otra manera de vivir, otra manera de respirar: se atrinchera en su infancia para entregar a los demás una esfera encontrada en medio de la hierba. Hay que expandir lo lúdico, deformar la dimesión fijada, deprimida. El Apocalipsis es sinónimo de revelación, no de final. No hay final. Lo intempestivo en el Arte pasará por la generosidad del factotum, del poeta que ofrezca lo nuevo y no lo contemporáneo, lo bello y no la tendencia, lo humano y no el nauseabundo onanismo de un supuesto genium. La historia del Arte no es progresiva a pesar de la insistente historiografía. La didáctica debe desaparecer en pos del elogio del cristal oscuro, exhibiendo al artista de forma integral, provocando una causalidad externa, fiel a una finalidad interior, liberando al individuo para liberar el Arte o como decía Breton: para extender a lo mental el procedimiento de la ducha escocesa.




Madrid, 9 de Diciembre de 2022



Fogonazos críticos
de primavera

 


 

Existe un curioso fenómeno en el hecho artístico contemporáneo: el objeto ejecutor se ha hecho más importante que lo ejecutado. Ejemplo: la artista Karina Smigla-Bobinski presenta una enorme bola de helio con puntas de grafito adheridas a la esfera a modo de erizo e invita al público a golpear la figura geométrica para que gire sobre sí misma y dibuje trazos en el suelo y las paredes de la sala, dibujando de forma excéntrica la sala expositiva, ¿arte colaborativo o entretenimiento? La enorme necesidad de éxito que parece sobrevolar toda exposición parece obligar a los artistas a permitir al público acceder al proceso de la obra a cambio de un poco de atención. Los discursos artísticos se disipan en estilemas o autoficción. Todo toma la apariencia de un parque de atracciones o una performance. Es el caso de Caroline Denervaud, quien se convierte en el objeto mismo de sus dibujos, realizados mientras mueve su cuerpo sin ojos, plasmando un rastro azaroso, un mapa de su energía sobre el papel. La obra acaba siendo un testigo mudo de una danza, de un gesto ajeno a lo plástico. Se acerca a la escuela de Bruce Nauman, exponiéndose como objeto, sin llegar a tocar la poesía. El dibujo es una d ellas vías que siguen atrayendo a muchos artistas: un ejemplo excelso es la dibujante Nadia Barkate, una mezcla de Odile Redon y Henri Michaux a la XXI con unas gotas de psicodelia undergound yanki. Hay algo muy delicado, muy griego y sinuoso en los trazos negros ordenados en paredes blancas, componiendo alegorías figurativas sobre el amor, la desesperación o la infancia. Sus kurois metamórficos, sus cuerpos dotados de ojos, sus dedos humanos, sus máscaras y sus bucles figurativos empujan hacia la evasión de la mente, reinventando el graffiti en una perversión del grafito, reinventando el clasicismo como si un lápiz dibujase en el aire una ráfaga de humo soplado por los labios del mundo. El irracionalismo es una de las vetas más asombrosas de la nueva pintura: al ver los óleos y esculturas de Pio Sebastian Ziltz, se nota cómo muestran un retorno de lo kirchneriano, de un neoexpresionismo lujurioso lleno de pesadillas y pasados plegados en un montón de resurrecciones. El horror vacui regresa para quedarse en una sociedad enferma de abundancia. Recuerden los cuadros de Jonathan Messe. Escuchar su celebración d ella pintura es una gloria. A pesar de lo cual, muchos artistas le echan en cara que no le gusta pintar, que es vago y desparramado. Lo cierto es que su despreocupado trazo ha generado una escena de horror temático, satánico cuanto menos que comienza a deshacerse por la insistencia caprichosa. De todos modos, lo raro y degenerado es una de las características de la nueva plástica, sólo hay que conocer los extraño dibujos de Valerie Syposz para darse cuenta; son una muestra del interés del arte por el pensamiento, por la paciencia de la cristalización en las ideas y del importante papel del artista como constructor de escaleras para que otros las suban y accedan a niveles nuevos de conciencia. Su litografía casera muestra una libertad absoluta de medios, una ruptura de límites técnicos que atoraban a los artistas históricamente. Su cotidianidad contrasta con la trascendencia de sus bustos fractales. Todos somos muchos otros, aun siempre uno.

 




Lo extraño aparece incluso en las geometrías clónicas de Matt Kleberg, de una atracción mistérica. Arcos, piscinas, curvaturas clónicas repitiéndose en ritmos melódicos, con ciertas interrupciones dentro de la exactitud. Hay un cálculo desmesurado en sus diseños y colores, una pintura cerebral que se instala en el geometrismo decorativo para incordiar con las profundidades y provocar el temblor de una catedral. Sus lienzos son una especie de escultura de ilusionista, obras Neo-Op preparadas para ser penetradas por el falo de la mirada oblicua. Hay un viaje en su pintura que va de la abstracción al bajorelieve, del diagrama a la tesela, del laberinto al mosaico. Hay algo muy italiano en su pintura, una tendencia secreta hacia lo oculto. Su aparente vaciedad esconde, entre franjas, mensajes estilísticos que dictan discursos de una nueva armonía. Todo es abstracto. Dicho lo cuál, habría que mencionar a Vincent Hawkins quien, mediante la pintura abstracta, se conecta con lo arbóreo, con lo telúrico y natural, consiguiendo shots de belleza de superficie que esconden figuras, sugiriendo otro mundo ausente, imaginario, de una voluntad propia. El Arte y la Naturaleza siempre están conectados, son las dos partes de un espejo, un viaje de ping-pong de índole infinita. El tiempo transcurre en lo humano a través de la Historia y a veces ésta sirve de trampolín para ciertos espíritus: es el caso de Andrew Gilbert (conocido como Holy Brocoli) quien desarrolla una idea expansiva de la pintura, rompiendo el espejo de la superficie, creando un teatro viviente de temática histórica, arrastrando al público a interesarse en asuntos marginales a través de una serie de instalaciones escultórico-plásticas donde el drama comienza a respirar al galope de cebras alucinógenas, aliens enloquecidos, puñales, zanahorias, ojos cocidos y samurais encocados. Da la impresión que todo lo representado pertenece a un solo momento, a un instante concreto dentro de la mente del pintor. Todo se expande, todo está preparado para ser invadido, para ser apuñalado y celebrado como un ritual de marionetas locas muy cercanas a la perspectiva ensoriana, mezclada con un sentido de la fábula kircheriana, dando como resultado una brutalidad humorística perteneciente a una mitología de lo arcaico, disfrazada de crueldades holandesas, genocidios zulúes. Pintura anticolonialista donde las calaveras hablan para contar una historia. Y es curioso que estas ondas bizarras conviven con expresiones como la de Ana Vovan, quien se instala en el monocromo e intenta sobrevivir en ese modo tan manido y manoseado, tan difícil y depresivo lleno de fantasmas y ambientes acuáticos; a veces uno se pregunta si la tradición monetiana es positiva. Mas con la figuración ocurre lo mismo: por ejemplo, Vojtěch Kovařík utiliza el motivo de la figuración para llenar el lienzo y quizás traiciona lo plástico. Tramas cuadrangulares que captan fragmentos de presencias inmensas, oníricas y silenciosas de rostro serio, vehemente. Hay una mirada desde el clasicismo a la modernidad de una severidad exagerada. Tal vez es un antídoto contra la frivolidad e ironía presentes en gran parte de los nuevos artistas emergentes. Pese a todo, hay un riesgo en sus formas de caer en una ilustración de libro juvenil. Lo cuál no le sucederá a la pintora Val Smets, la cual desarrolla una obra plástica-micológica, cromáticamente cercana a Gauguin y Nolde, de formas blandas que parecen claudicar, ¿es demasiado blanda e infantil la cultura que se está construyendo en el nuevo siglo o demasiado deformada, demasiado drogada, demasiado permisiva? La deformación de las formas no siempre ofrece una puerta hacia la originalidad. De todas maneras, es evidente que las setas, las medusas y lo fluorescente son pilares fundamentales de una visión que por momentos se desvirtúa, que por momentos alecciona. Otra historia son las instalaciones con fluorescentes de Mark Davey, poseedoras de una ternura y una delicadeza extremas. Empleando la inercia maquinal y su simpleza mecánica, logra coreografías muy llamativas donde la luz se convierte en un objeto, en un color y soluciona las pesadillas de Tinguely. La poesía a través de los objetos es hoy más que nunca una tentación, ya que la cantidad de desperdicio y devaluación de lo matérico lo convierten en un material libre de trabas, un campo extenso donde volcar obsesiones artísticas. El artista chino Can Sun -una especie de Wilfredo Prieto sustituyendo la línea povera por otra de menaje tecnológico- es una muestra. Se trata de un artista que logra hacer bailar a un huevo mediante cuatro taladradoras, suspender globos por el soplo de ventiladores, transformar tomos de páginas en sutiles vaginas literarias, imaginar ropa interior de alambre de espino, comer cereales de plástico, encender una vela hecha de mariposas, reconvertir un charco en lavabo, una fruta en un objeto fractal, sujetar un bloque de hielo con la llama de un mechero y mil cosas más. Ilusionismo. Poesía visual, ¿álbum de ocurrencias? Para que el Arte lo sea no puede quedar en anécdota. Compuesto por muchas de ellas está hecha la obra de Stephanie Temma Hieraborda, obra abordada como un collage pictórico, jugando con el trampantojo y la escultura surreal. Animalidad vertical, ojos y caballos, bolas de beisbol incrustadas en lavadoras de dos dimensiones, cristales rotos que no se rompen, ruedas de coche donde habitan guepardos, bocas pintadas, alimentos apilados, procesos culinarios, materias comestibles, colecciones de zapatillas, bananas y todo tipo de serpientes en una obra plástica llena de jungla y diversión, obsesionada por la abundancia y la carne, ¿un Neo-Pop culinario? Por otro lado iría Chechu Álava, quien difumina las imágenes ofreciendo intimidades y susurros opacos que nos traen desesperaciones líricas cercanas al universo munchiano, renoiriano y por supuesto balthusiano. En su pintura hay algo de Hooper, pero también de Cranach el Viejo, una provocación muy ligada a Beckman y a ciertos pintores naif. Una sensación pastel como de foto antigua recubre el iris; Munch revive en todas sus escenas y una extrañeza muda se devuelve al observador para quedarse en una ambigüedad fantástica, casi de cuento. Tal vez eso le gusta al museo Thyssen. Recordando a Lina Bo Bardi, uno se da cuenta de que ella hizo del museo un objeto y de la arquitectura una escultura llena de microscópicas obras y seres que miran esas obras y otros que las hacen. Quizás el arte de las imágenes no es más que una práctica burguesa que en muchas ocasiones no rebasa lo límites de la revolución francesa. Por eso es tan difícil encontrar verdadera pintura, fascinante escultura. Todo es demasiado analítico o imbécil. Sólo cuando uno se topa con exposiciones como la de Felipe Talo y sus triángulos de cuero (Galería Picnic, Madrid) mostrando la otra cara de la vida, del cuento, el reverso oscuro de las cosas, uno se reconcilia con la función del arte y la virtuosidad de los creadores que nunca son excelentes si sólo son artesanos, que siempre son sublimes si son capaces de hacernos cosquillas en la mente.