La más elevada, así como la más baja forma de crítica es una forma de autobiografía. OSCAR WILDE




PINTAR
O EL GRITO DE LA MATERIA





Estar cerca de la energía es abrir el cofre de los secretos. Un secreto es una ostra que incuba un huevo lleno de pollitos atómicos, echando yema dorada por el gaznate. Cada pincelada es un cañonazo de hiperfuturo y octava dimensión; es una ruta para atravesar montañas, un archivo de nombres donde todo se repite en la cara de Buda. A veces, las nubes ayudan al color a fundirse con el plomo que cae en el ojo dilatador de la ilusión y lo coloca de forma precisa sobre la bomba atómica que se divide ante nuestra deliciosa visión de arena. Nos hundimos hasta el cuello y sólo podemos seguir pintando. Las sanguijuelas nos roban la sangre azul que nos queda y por eso, por las noches, dejan la playa desierta para que paseemos y descubramos el otro lado de la vida, escribiendo números en las dunas, dibujando símbolos de otro mundo que se dicen con la boca. La realidad que envuelve a lo común ha sido inventada por los medios y la política. Nada existe en realidad y nada puede crecer con ánimo en esa fosa séptica que la mayoría siguen como bobos hipnotizados. Lo plástico es una religión y los pintores la ejercen, cada uno en su basílica de terracota. Todas las arquitecturas se han reunido para construir un portal de paja y madera donde nacen los prodigios del espíritu. Somos un ejército cuántico de lo humano, guerreros insomnes en busca del hombre perdido en una pantalla de litio. Nuestro litio fluye en los rayos láser de las vergas que se erigen por encima de la columna trajana, por encima del Phanteon, penetrando el agujero de su colosal cúpula, añorando otras galaxias más sinceras que este teatrillo que ha invadido la falsa percepción y el pensamiento débil. Todo está deformado y hay que corregirlo a base de bien, hay que introducirse en un bidón de belladona y dejarse llevar, pase lo que pase, a través de los siglos, dejando la huella de lo sublime en la tela, en la madera, en el plástico; estos son los portadores de lo mágico, los beneficiarios de los tatuajes metafísicos que los hombres llevan plasmados en su alma; somos velas candentes perseguidos, sojuzgados, arrancados del confort para vivir la guerra hasta la muerte. Somos un mundo en miniatura, brutalmente preciso; un laberinto de curvas buscando la claridad entre la confusión de las interrupciones y la velocidad innata de la estupidez. La pintura es una fe que envuelve a la materia desde su primer quark hasta su más hermosa supernova; el gesto de la mano transporta la energía de la que estamos hechos y que los ojos nos impiden ver; somos un conjunto de normas sin regla, de trocitos de fuerza que hay que ordenar y conducir; sólo un medio, no un fin. Dejemos volar a las velas todopoderosas de la piel, destruyamos los cerebros y la envidia de los frágiles y hagamos reinar los mundos felices creados en cautividad, en una cueva muy oscura a la luz del fuego.