La más elevada, así como la más baja forma de crítica es una forma de autobiografía. OSCAR WILDE


JOSEPH BEUYS
(1921 - 1986)

Miniaturas





A los tres años fue un pastor que reunía a su alrededor rebaños de escarabajos. A los siete, fundó un zoo de pulgas, renacuajos y ratas, con lo que sin darse cuenta demostró que el caos de la naturaleza podía ordenarse de una manera distinta a la aristotélica. A los quince, se hizo soldado y entonces tuvo su primera experiencia con la muerte, aunque no de forma inmediata. Primero desfiló con las tropas del Tercer Reich y vivió ese peculiar vitalismo teutón; por su sangre corrían los nibelungos, pero también Pitágoras: nunca escribas nada sobre la nieve. Él lo sabía, pero callaba por el momento. Entretanto, Beuys fue un curioso soldado que husmeaba en las clases de zoología de la universidad de Bonn y atendía por radio las bélicas comunicaciones del frente; a veces imaginaba a Hitler como un sapo y a Churchill como un oso panda. Musolini, por su parte, era sin duda un baboso bulldog. 
En 1944, sobrevolando Crimea, su bombardero fue alcanzado y entonces el sueño despertó de su letargo. Tras el accidente, unos caníbales conservaron su cuerpo en grasa de cerdo, manteniéndole envuelto en una piel de reno. Tras un siglo fermentando, su alma retornó de la muerte.
La resurrección le había dejado las ideas claras: 

Todo hombre es un artista. 
El arte es el único elemento que hace sentir al hombre como un dios. 
La belleza es el brillo de lo que es verdadero.

Presentimientos, paisajes, viajes imaginarios; Beuys no se alimentó de otra cosa desde entonces. En el jardín de su casa había un búnker, en cuyo interior no había nada; un día se sepultó bajo sus muros. Durmió una centuria y vio la puerta entreabierta. Al salir, sólo pudo vocalizar una frase: soy una figura del Bosco. Una burbuja de cristal le envolvió y voló a las nubes hasta estar por encima del jardín de las Delicias y desde allí vislumbró todas las crueldades y las mentiras, todos los pecados y sus curas posibles; sondeó el alma humana y comprobó que era algo real como la grasa. Fue aducido por espíritus y masticó el éter sagrado que cae de los cometas; entonces comprendió que el hombre debe caer para luego ascender. 
Después de la contemplación, redujo su pensamiento a una simple idea: 

No sólo ver el objeto, sino comprender sus conexiones, verlo desde arriba.

Vio aquel jardín lleno de criaturas y entendió que todas eran réplicas exactas de Adán y Eva, millones de réplicas de una misa semilla, devorándose unas a otras, violándose, destruyéndose tal y como hacían los escarabajos de su infancia. Entonces comprendió que él podía ordenar todo aquello y sepultar el caos de lo ordinario, para crear una existencia maravillosa. Por un momento, ante tan inmensa realidad, creyó ser una reencarnación de Cristo. Escribió la Biblia y poco después se lanzó a predicarla. Entre las ruinas de Berlin, proclamó:
Voy a hacer un fetiche, una huella en la arena: eso es para mí la escultura.
Todos se acercaron a contemplar el nuevo signo de los tiempos y todos le pedían una solución al desastre. Él, inesperadamente, se puso a hacer figurillas de barro, ejércitos en miniatura, invocando cucarachas, masticando fango, enrollado en aluminio. Algunos se fueron, pero otros se quedaron a venerarle. Ahora que no queda nada, tenemos el camino libre para iniciar una nueva época. 
La guerra ha sido una bendición y vosotros sois los supervivientes. Soy un simbolista, un glorificador de las mujeres. Mi intención no es mostrar la escultura aislada, sino los procesos que llevan a la autonomía de la forma. También les habló de la resurrección: la grasa es un componente esencial para comprender la escultura. La escultura es una síntesis de la vida. Es  puro calor y energía. Seamos calor y energía, no abstracción, no palabras, sino materia contante y sonante; energía liberada para construir una nueva realidad. Debemos ser pura autonomía, pura creación.
Las masas le siguieron y algunos vieron en él un nuevo fürher. En cambio, él volvió al búnker y quemó la Biblia. Mató a Jesucristo. Quería refundar el cristianismo desde la materia. Así, una noche escribió El Capital. Paseó de nuevo entre las ruinas y proclamó:

La creatividad es un nuevo concepto de capital. Cada hombre es un artista; un hombre entregado a revelar sus secretos y a hacerlos productivos, hacerlos capital. El arte debe fluir entre nosotros como la sangre; la sustancia más valiosa del Universo.

Dividió al mundo con sus granjas de insectos y sus plagios literarios. Muchos crearon sus propios ejércitos: no era raro contemplar batallas de langostas contra batallones de chinches en medio de la calle. Otras veces podían encontrarse escuadrones de sanguijuelas intentando conquistar terrenos de lombrices. Muchos se pusieron en su contra y aunque él intentó explicarles el proceso, le volvieron a lapidar en vida. Le vistieron de banana y le hicieron cantar en programas de televisión. Le robaron todas ideas que tenía escritas en las aceras con tiza. Le hicieron comerse las tizas y luego le quemaron; sus restos quedaron representados por una montaña blanca y maldita. Se dejó de fabricar tiza en todo el mundo, hasta que se le olvidó por completo. Alguien reutilizó ese montón de cenizas y lo sustituyó por la cocaína; aún hoy muchos siguen consumiendo dicha sustancia sin sospechar que en realidad son los restos de Beuys. 
Acabaron con su cuerpo pero había removido. Quiso resucitar un nuevo espíritu a partir de las conexiones de la mente con el Universo. Colocó fieltro en vitrinas, apoyó maderas en la pared y aseguró que las piedras no eran dioses de madera, sino verdaderos seres repletos de secretos y energía. Existen otras dimensiones de la vida, otras fuerzas muy diferentes en el mundo; se quiere aislar a los hombres de este conocimiento.

Algunos cuentan que en realidad, su cuerpo calcinado comenzó a desvanecerse en el aire y que su figura se resumió en una sombra. Fue cubierto con una manta y su alma volvió al búnker. Se dice que el búnker sólo había montones de paja, un coyote y una enorme vara con la que guiaba a las arañas que e visitaban. Las arañas le mostraron su veneno y él les mostró su poder. Su invisibilidad era portentosa: se había transformado en un mensaje del futuro:


Soy un sueño paradójico de utopía real