La más elevada, así como la más baja forma de crítica es una forma de autobiografía. OSCAR WILDE

 

 

 

LA PINTURA CHINA MEDIEVAL

 


 

Una de las tradiciones más antiguas de todos los tiempos posibles es la oriental y en concreto, la china, una corriente hermética iniciada a partir de la armonización mental de monjes ebrios hasta la locura tirados por el suelo. El alcohol de los imperios milenarios no sólo conducía a la evasión sino a la santa alucinación, al despaego de lo real, a la serenidad del poeta fascinado al observar el paisaje nublado de una zona pesquera habitada por árboles torcidos o montañas imposibles. Cada cima es un castillo de tierra elevado de la manera más delicada, sugerido por una humedad milagrosa o un corzo escondido. Los animales, poseidos por los versos sublimes de la distancia entre las hojas, caminan en la oscuridad o en la hora de la primera mañana buscando un sorbo de agua, almendros en flor: líneas oscuras que descienden hasta un río. Las legendarias pinturas rupestres están muy cerca de estos sutiles trazos de los que nace sin querer una roca, una caña de bambú o un eremita solitario. La pintura china es la plástica sagrada de los hechizados, de aquellos que descubres a los pájaros colgados de las ramas, picando semillas, mojándose el cogote, sonriendo al lado de la flor o gritando en un cesto de mimbre sin acabar. Es una tradición copada de visiones incompletas y abstractas de lo concreto, de lo mágico, de la reflexión opaca de un mono al amanecer. Sus seres preferidos son manchas con hojas que florecen, poetas descalzos y serenos a los que les llueven poemas bajo el pecho liso y sobre los pequeños ojos, son guerreros rapados bailando con bestias, admirando dioses de múltiples brazos, de nidos de perlas, de conchas marinas montadas en pavos reales con sus mil ojos abiertos. No hay duda que ciertos dioses tocaron con su varita a los pintores chinos de alargadas orejas y los condenaron a vagar contando con sus dedos los días restantes, enloqueciendo, suspirando, viajando con su mente a otros universos plagados de líneas impares, de fondos rasos de seda y uñas largas que nunca se ensucian. Los ríos etílicos corren silenciosos entre flores y caballos, atravesando valles, cataratas y toscos puentes de madera que no llevan a ningún sitio. El laberinto está exento de muros y la pintura lo sabe: hay algo en lo diminuto, hay algo bello en lo infrecuente, en el trazo, en la grulla, en la diosa sobre el agua, en la pareja de monos abrazándose sobre una rama imitando a una araña. El poeta chino se queda turulato mirando los matojos de alteas rosas, los muros del invierno y del verano, las ramas de las palomas brotando cerca de los lotos, de los monos solitarios, de los caballos de la lluvia, de las uvas, de los cráneos, del vacío.