La más elevada, así como la más baja forma de crítica es una forma de autobiografía. OSCAR WILDE

LESPANA POLERMO



LESPANA
POLERMO

(el arte del retrato)




El concepto del retrato se queda paticorto, hombrilargo, demente, jorobado y pechihundido cuando no le dejan crecer y le encierran de por vida en ese escenario de representación clásica que eligieron un día para él. El trazo mismo ha decidido su lucha irracional por ser representado en sí mismo y su ego ha quedado marcado por el signo de la anarquía. Cada pincelada de los cuadros clásicos ha rehuido de su destino y ha intentado escribir su propia historia. Los trazos han rechazado los nombres y han expulsado a los autores fuera de su territorio. Hoy nadie puede intentar someterlos, han tomado el mando sin ningún tipo de objetivo concreto, extendiéndose sobre la superficie para ser libres de una vez y no estar encerrados en el feo rostro de Carlos II o en las melenas de Durero. Se han emancipado del bloque para ser formas vagabundas que yerran por espacios desconocidos, practicando el ejercicio vital de su naturaleza. Toda la historia de la pintura ha sido una celda de tortura donde se les ha obligado a admitir gestos y posturas artificiosas, disimulos, muecas bobas, humillaciones, delitos. La pintura fue secuestrada por el poder y sus caprichos, representando mundos muy concretos, repetidos, geométricos. Los autores se convencieron de sus reglas, como si la pintura en sí las tuviera; es como obligar a una nube a adoptar una forma de árbol y viceversa. Sólo ciertas materias pueden decidir dichas cosas: la temperatura, la densidad, la velocidad del viento, la luz, la noche, la textura, la imperfección, la levedad, la evaporación, la gravedad o el azar. Entregarse a la confusión de éste último, es reconocer la traición de la mano, negar sus supuesto saber. En la mano también hay un cerebro que es peligroso, un cerebro que como Carlos V quisiera dominar el mundo, pero el mundo es imposible de conquistar sin entender cuál es su retrato. Imagino que los reyes occidentales contemplaban sus pinacotecas como si fueran una güija. No querían fallar, deseaban desvelar los secretos de sus antepasados y llegado un momento, creían entender en la racionalidad de sus trazos, que el mundo era aprehensible fácilmente. Pero el mundo es la realidad y la realidad se escapa. Los trazos han escapado para hablarnos de ello, para profetizar los nuevos tiempos que se acercan y liberar la estúpida mirada del rey estupefacto, engañada en la falsa ilusión de las formas.